“Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […]. No te prives de pasar un buen día”.  

(Si 14, 11.14)

“Disfruta, joven, en tu juventud, pásalo bien en tus años jóvenes […]. Aparta el mal humor de tu pecho”.

(Qo 11, 9-10)

La alegría es un elemento esencial del cristiano. Si te llamas cristiano tienes el deber de ser feliz y lo más que puedas ser. No te hablo aquí de la alegría que produce el ocio o la diversión, que suele quedarse muy corta. Muchas veces nos ponemos la máscara de la algarabía para disimular el vacío y descontento que llevamos por dentro (quejas, mal humor, lamentos y desánimos). En cambio, Jesús sí que nos ofrece una alegría propiamente dicha. Una alegría compatible con las dificultades, con la vida dura y exigente. De hecho, Él hace la vida más fácil y llevadera. Y, ¿sabes por qué? Porque cuando no hay Dios, no puede haber alegría.

Hoy aquella “alegría” fácil que nos suele ofrecer el mundo se ha quedado casi como algo inútil y muy pobre; aquellas seguridades que nos daban la moda y el dinero son inservibles; ¡hasta nuestros mismos planes se han venido abajo! Un pequeño virus ha desestabilizado todo el planeta, y como hemos venido apartando a Dios de todas las cosas, ahora el mundo está asustado y desesperado.

Pero ¿dónde está Dios? Dios está ausente. Lo hemos apartado de nuestra vida para ponernos a nosotros mismos: Dios está ausente de los medios de comunicación, del deporte, de la educación, de las decisiones políticas; incluso, ausente de los planes familiares. También para nosotros existen otros intereses más importantes que Dios: un libro, una película, un vídeo, el sofá, jugar, dormir, … ¡Hasta el estudio y el trabajo pueden desplazar a Dios! Decía el Papa Francisco que estamos preocupados porque parece que las tiendas están cerradas y no puedo seguir mi estilo de vida, mis paseos, moverme con facilidad y libertad. Estamos preocupados por nuestras cosas. Sin pensar que hay personas que sufren por la enfermedad, el hambre, la soledad, la persecución. Y por eso en estos tiempos difíciles es necesario buscar a Dios y así mantener la paz, la alegría y la fortaleza.

Anima mucho recordar que, a pesar de nuestro olvido, Dios nunca nos abandonará y, por tanto, nunca acabaremos en un total fracaso. “Ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas” (Lc 21, 18-19).

El volante de nuestra vida (nuestras decisiones, planes, salud, …), que muchas veces llevábamos por nuestra cuenta sin tener en cuenta los planes de Dios, ahora parece que lo ha vuelto a tomar Él (nos ha cambiado los planes de una manera desconcertante). Estos días son estupendos para aprender a dejarle el volante de verdad a Dios, para aprender a planear contando con Él, para confiar y ponernos en sus manos. Necesitamos creer de verdad que todo lo dispone o lo permite el Señor para nuestro bien.

Seguramente ahora en estos momentos dispones de mucho tiempo en casa. No se puede decir que estás en ‘vacaciones’, pero cuando el tiempo te sobra podemos denominarlo tiempo de ‘ocio’. Necesitas de un especial entrenamiento durante estos días para estar realmente alegre. De lo contrario, en lugar de tratarte bien y de intentar pasar un buen día, casi desenfrenadamente vas a terminar llenando el vacío de Dios con la oferta del consumismo, tanto material como digital. Terminarás arrastrado por tus ganas y por la inercia de tu cuerpo, y terminarás llenándote de mal humor por dentro. Una postura que posiblemente contagiarás a los de casa.

¿Qué es el ocio?

No se trata de dar una definición, sino de descubrir una realidad. Cada vez que te encuentras sin hacer nada, desocupado, aburrido y por eso muchas veces muy cerca del mal humor, estás envuelto por el ocio. Dice Don Bosco que, el que está sin hacer nada, con los “brazos cruzados”, es presa fácil del demonio: ¡Éste es mío! Lo persigue con insistencia, y ya por medio de los compañeros o de los pensamientos, le hace caer en sus garras. Entonces es cuando lo lleva al sofá, a la nevera (refrigerador), al ordenador (computadora), al móvil (celular), a lo fácil …

El ‘desocupado’ los primeros días lo tiene relativamente llevadero, pero poco a poco el ocio le irá robando esa posibilidad de pasar un buen día. ¿Cómo podrán ser días buenos si están vacíos de Dios y sin Dios no puede haber alegría? De hecho, el ocio le irá llenando de aburrimiento y mal humor. Los días se le harán largos y pesados, y continuamente estará deseando otras circunstancias, otras actividades, porque las que tiene no terminan de convencerle ni llenarle.

Nuestro training consiste en lo contrario: sacarle el mejor partido a lo que pudieran ser días de ocio. Que sean una verdadera oportunidad para valorar lo realmente sencillo y cotidiano. Una oportunidad para aprender a ser agradecidos. Para crecer en caridad y ser solidarios en un plan familiar en el que todos debemos poner de nuestra parte. Pero ¿cómo podrá ser agradecido con Dios alguien que no es capaz de disfrutar de sus pequeños regalos de cada día, alguien que no sabe detenerse ante las cosas simples y agradables que encuentra en cada paso? Porque «nadie es peor del que se tortura a sí mismo» (Si 14, 6). […] (Christus Vivit 146).

¿Cómo afrontar el ocio?

La cuestión es saber abrir los ojos y detenerse para vivir

plenamente y con gratitud cada pequeño don de la vida (CV 146).

Tal vez puedes decirme: “entonces, ¿tendré que trabajar siempre y nunca divertirme?” Se puede decir que hay diversas clases de trabajo; la misma diversión ya puede ser una ocupación. Puedes jugar con tus hermanitos(as) o simplemente fregar los platos en familia; puedes tener un rato de juegos de mesa o sacarte ratos de estudio; servir alegremente como quien quita cargas a los otros o tocar la guitarra; … El hecho es que en todo tiempo estés haciendo algo, intentando vivirlo plenamente, sin perder ni siquiera un minuto de tiempo. Porque, como recuerda también Don Bosco: si no trabajas tú, trabajará el demonio… y te amargará el día.

Un ejemplo de vivir con plenitud y gratitud cada momento sencillo del día lo relata el entonces Cardenal Ratzinger cuando resume así su vida de niño:

 

No éramos una familia pobre en el sentido literal de la palabra. El ingreso mensual de mi padre estaba garantizado, pero es bien cierto que vivíamos una vida sencilla, de austeridad, que yo agradezco. Porque, precisamente, viviendo ese régimen de vida, se experimentan alegrías que no se obtienen en una vida de abundancia. Recuerdo con mucho agrado lo felices que éramos entonces por cosas muy pequeñas, y, cómo nos ayudábamos en todo, unos a otros. La situación en que nos encontrábamos -una vida modesta, con cierta preocupación por las finanzas- originó en nosotros una solidaridad interior, que nos unió aún más, si cabe.  (La Sal de la Tierra)

 

Muchos años después, siendo obispo, le llegaron a preguntar cómo es el cielo. A él enseguida se le vino el recuerdo de estos años alegres de sencillez familiar. ¡Eso tienen que ser estos días para nosotros: un cielo en la tierra!

El tiempo de ocio es una gran oportunidad para aprender a vivir con sencillez y plenitud el momento presente: durante el día, estar ocupado trabajando, estudiando, jugando, conversando; en la comida, a comer; en la cena, a cenar; en los servicios, a servir; en el juego, a jugar. Y, durante la noche, ocupémonos también: ¡a dormir! No se trata simplemente de no estar inactivos, sino de estar ocupados, bien ocupados y ordenadamente ocupados.  No se trata simplemente de distraerse, sino de aprovechar de verdad. No es simplemente hacer, sino darnos cuando hacemos. Que tu trabajo sea realmente solidario, es decir, para descargar a los otros y no para ponerles más cargas. ¿Has descubierto aquellas cosas que puedes hacer tú mismo y que no hace falta que te hagan? ¿Te has examinado para quitar y poner lo necesario que está de tu parte para que el ambiente de casa sea muy alegre?

El Cardenal Van Thuan, que estuvo varios años en la cárcel confinado, describía así su ejercicio contra el ocio: en las largas noches de presidio me doy cuenta de que vivir el momento presente es el camino más sencillo y seguro hacia la santidad. Y concluía: vivir momento a momento con intensidad es el secreto para saber vivir bien ese momento que será el último. Por lo tanto, se trata de vivir cada momento del día como si fuera el primer momento, el último momento, el único momento. ¿Qué tal si lo hicieras así cuando pones la mesa? ¿Cuando friegas los platos? ¿Cuándo ayudas a hacer la comida, aunque sea simplemente pelando patatas? Cada momento vivirlo con ilusión. Y esto sólo se puede lograr si conseguimos descubrir la presencia de Dios en todo lo que hacemos.

 

Algunas pautas que te pueden ayudar en tiempo de ocio

Creatividad: no se trata de inventarlo todo, pero tampoco de suponer que ya todas las cosas están inventadas. Como aquella que compraba siempre la comida hecha porque no era capaz de hacerla. Ésta nunca comerá nada nuevo, no aprenderá a cocinar y no es de extrañar que caiga en la rutina y la holgazanería. Tú en cambio, tienes una oportunidad de ser tú mismo y desarrollar creativamente tu personalidad. El común de la gente se tirará a lo fácil: vídeos divertidos o curiosos de internet, pasar largos ratos colgados de las noticias o de las redes sociales, del teléfono, videojuegos, películas, sofá, …  Y por este camino te convertirás en “fotocopia”[1]. Aprovecha este tiempo. Y sé creativo. Que no ten tengan que dar todo el plan hecho. Ahora tienes una excelente oportunidad de crecer descubriendo y desarrollando aquellos dones que el Señor te ha dado.

Solidaridad: siempre tendremos la tentación de encerrarnos en nosotros mismos, en nuestros problemas y sentimientos, lamentos, comodidades. Ahora es el momento de aprovechar el plan familiar, de ver lo bueno que todos me aportan y de dar lo que los demás esperan de mí. Solidaridad quiere decir que no todos existen para mí, sino que yo existo para ellos. Tú plan será el de aportar alegría, entusiasmo y no el de restar. Ante una cosa que se pueda hacer de varias maneras, cede, deja que el otro elija por ti. Que los demás puedan experimentar que vivir a tu lado hace la vida más fácil y alegre. Y también trasciende esta solidaridad: recuerda que tus amigos también están intentando el mismo plan de esfuerzo, piensa también en los enfermos, …

Confianza: crecer en la convicción de que no sólo Dios te ve y te da plena libertad, sino que también te dirige con su Providencia. Esto quiere decir que mi vida no consiste en meras casualidades, sino que hay Alguien que me precede y ha previsto todo por mí, que piensa y dispone mi vida, porque me ama. Puedo rechazarlo, pero sólo en la medida en que confío en Él, y hago el esfuerzo de ir a su paso, es como verdaderamente crezco. ¿Qué es ir a su paso? Es ir aprendiendo a despojarme de mi plan, de mis seguridades y estar abierto y disponible para el plan divino. Precisamente, ahora mismo es difícil y casi inútil planear, porque el futuro concreto es incierto: solo Dios lo sabe. Pero en cada momento del día puedo dar este sí al plan que Él me va presentando: tu madre te pide un servicio, tu hermano te pide jugar, la comida no está servida a la hora que esperabas, tal vez te enfermas o enferma uno de los de tu casa, … Y de la generosidad de tu respuesta depende tu crecimiento.

Orden: es necesario organizarnos, si quieres aprovechar el día comienza con un horario. Porque la vida cristiana no es pasiva, no es una obra de teatro en la que Dios ya ha escrito el libreto. Al contrario, esta obra la hacemos con Él. Y por eso es necesario que tú intervengas. Una obra que se va haciendo cada día, minuto a minuto. Y que sabemos que tendrá muy buen final si te decides a colaborar con Él. Pero, no te conformes con hacer el horario, ¡síguelo! Es muy fácil caer en la tentación de alargar lo que nos gusta, de recortar lo difícil, de adelantar cosas, de intercambiar unas por otras. Si quieres ser ordenado, sé fiel al horario. Y si al final del día descubres que no ha sido todo como querías, humíllate, date otra oportunidad y dale gracias a Dios.

Actividad: si quieres pasar un buen día, elige antes la actividad que la pasividad. Después de las “actividades” pasivas, te quedarás con menos ganas de esforzarte y de entregarte a los demás. En cambio, las “actividades” activas te dejarán más despejado, te ofrecerán más oportunidades de dar y te pondrán con más tono para seguir el resto de la jornada. Y, no lo olvides, en la medida de lo posible, involucra a los demás.

 

Los peligros que debes evitar

Los días que pueden convertirse en ocio, por lo mismo, son abundantes en tentaciones. Por eso has de evitar:

  • Perder el entusiasmo juvenil: no puedes dejar apagar ese fuego interior que te hace vivir y gozar cada momento con ese delirio o éxtasis propio del joven. Éste es tu aporte: ese entusiasmo que realmente ayuda a los demás y que los estimula a dar un poco más.
  • No te ahogues ni te hundas en el mundo digital: el ambiente digital, propio de nuestro tiempo y tan favorable para favorecer el diálogo y el encuentro, también se puede poner en tu contra. El Papa Francisco nos recuerda que, cuando se privilegia la imagen respecto de la escucha y la lectura, se incide negativamente en el modo de aprender y en el desarrollo del sentido crítico. Con facilidad puedes terminar creyendo y difundiendo muchos mitos y mentiras (fake news) que se hacen de las personas y de las situaciones. Peor aún, puedes caer en el riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, haciéndote incapaz de relaciones interpersonales auténticas. Todo esto también obstaculiza la reflexión personal que se puede experimentar como un rato innecesario y hasta que me quita el tiempo para otras cosas. Cuando te sumerges en el mundo digital, puedes correr el riesgo de distanciarte de tu familia, de los valores culturales y religiosos, que lleva a muchas personas a un mundo de soledad (cf. CV 87-90).
  • No te des por vencido: no olvides que el amor de Dios es mucho más grande que todas nuestras fragilidades. Pero es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces como Él quiere escribir esta historia de amor. La verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida, es la de permanecer caídos sin querer dejarnos ayudar (Cf. Christus Vivit 120).
  • No caigas en las lamentaciones ni en la ansiedad, porque los resultados no son instantáneos. Los sueños más bellos se conquistan con esperanza, paciencia y empeño. No tengas miedo de apostar y de cometer errores.

 

Conclusión

Sólo si éste valioso tiempo de ocio se llena de Dios puede ser fecundo. Aprende a confiar en Jesús. Aferrados Él viviremos y atravesaremos todas las dificultades que se puedan presentar. Cualquier otro camino será débil y pasajero (cf. CV 127, 128). Quizá San Agustín nos diría simplemente: ama y haz lo que quieras. Y si al final del día sólo te encuentras con pecados en las manos, humíllate y preséntate al Señor como el Publicano en el templo. ¡Qué agradable será para Dios esa actitud!

[1] Recordaba el Papa Francisco la frase del joven venerable Carlos Acutis: “todos nacen como originales, pero muchos mueren como fotocopias” (Christus Vivit 106)